Mi amigo...
Hace unas semanas os hablé de una persona de esas de las que dices: ¡coño, este pavo es cojonudo!. Posee el don especial de retratar con la palabra escrita, de manera asombrosa, cualquier hecho, persona o cosa que nosotros hayamos enterrado hace tiempo en lo más profundo de nuestro cerebelo.
Aquí tenéis otra entrega de este genio contemporáneo, por si lo del tragabolas os dejo a medias:
"¿Que elemento de consumo masivo y estilismo demencial marcaba la diferencia entre la muchachada ochentera? Probablemente estaréis pensando en los más diversos y perversos complementos infernales, pero la respuesta es bien sencilla; las bambas o zapatillas deportivas, fuente de frustraciones constantes en el decenio dorado.
Nuestras relaciones sociales se forjaban en función del modelo de bamba que calzábamos. Por ejemplo, el poseedor de unas demenciales Jayber sabía que estaba destinado a un mundo de ostracismo y marginalidad. De la misma manera, los que llevaban en sus tiernos pinrreles unas Paredes de velcro
o unas Victoria podían dejar de temer por su estabilidad social; eramos gente del puto montón, lo que burdamente se define como el populacho.
Sin embargo, dentro de esta curiosa jerarquía había un reducido grupo de pijales que llevaba un complemento, cuanto menos hortera; no eran ni más ni menos que las afamadas Reebok The Pump.
La peculiaridad de estas bambas, solo apta para bolsillos boyantes, es que la lengüeta llevaba un botoncito para inflar la bamba cual globo de helio mickeymousero. El propósito de semejante artefacto era chulear con los colegas y punto. Ni saltabas más, ni corrías más, es más, era tal el
tamaño de las Pump que te proporcionaba una extraordinaria torpeza digna del mejor Urkel.
Sin embargo, este ingenio futurista a ojos de un ochentero era puro maná: este invento superaba ínfimos descubrimientos como el de la rueda o la luz.
Aún así, las putas Pump eran la envidia de toda la muchachada. Su precio, solo igualable al del mismo oro líquido, nos impedía adquirirlas en establecimientos homologados, y por eso acudíamos a dudosos centros de distribución alternativo como el mercadillo de los gitanos. Allí yo adquirí mis relucientes
"Peebok" que vistas desde lejos parecían unas auténticas Reebok. Sin embargo el sentimiento de gitanismo que sentías al llevar unas "Peebok" no era del todo placentero.
Aquí comenzó nuestra gloriosa carrera en el mundo del pirateo de mercadotecnia internacional y abrimos las puertas a marcas de dudosa procedencia como "Adidash" o "kike"."